La soledad es el peor enemigo del hombre, se suele oír por ahí. En un mundo cada vez mas poblado, cada vez mas vigilado y mediatizado es difícil encontrarse solo. Al menos exteriormente. Paradójicamente, en una cancha de fútbol donde las telecámaras no dejan ningún resquicio virgen, donde las retinas de miles se fijan sin descanso en los protagonistas, hay una persona que permanece sola: El Arquero o Portero o Guardameta.
No hay jugador mas solitario que el arquero. El es el único diverso, el único que no puede compartir con los demás las mismas situaciones, y lo que es peor, es el que nadie sabe entender. Es él quien a la hora de la verdad se enfrenta a los rivales, y puede ser héroe o villano en un instante. Cuando las cámaras siguen la partida el permanece solo, saltando para no enfriarse, pero como un espectador más. Cuando recibe un gol todos le dan la espalda pensando: “Podría haberlo atajado”.
Cuando su equipo marca un gol todos los compañeros se abrazan y el debe recurrir a festejos individuales. A veces se arrodilla y agradece al cielo, otras se cuelga del travesaño, o sino grita con la tribuna que en realidad solo mira el otro arco. De vez en cuando llegan uno o dos defensores perezosos a saludarlo, pero cuando el gol es importante ninguno queda a su lado.
Es esta ausencia de afecto y compañía lo que ha llevado a muchos porteros, cada vez con mas frecuencia, a dejar de lado su perfil bajo para convertirse en estrellas en el arco rival. Al inicio, los porteros agarraron la pelota con una mano, luego la pararon con el pecho, y mas tarde salieron gambeteando entre los rivales - Amadeo, Gatti, Burgos, etc – con resultados soberbios y también fatídicos. Como caso recuérdese a Higuita en los cuartos de final del Mundial 90 contra Camerún, tratando de gambetear al grande Roger Milla. Aunque a su favor está el Escorpión, cabriola genial que lo absuelve para siempre.
Decíamos, el arquero de hoy ya no se conforma con volverse un ídolo por atajar penales (que a la sazón son los goles de los arqueros, un paradójico no-gol...). Es más, ahora tenemos arqueros que patean penales, y también tiros libres. Arqueros que hacen goles, como lo mas natural del mundo.
Hay que decirlo, para el espectáculo es positivo, es una convulsión, la llegada al área de enfrente – después de atravesar el entero del campo haciendo la antesala aún más llena de expectación - de este personaje olvidado, ataviado con una vestimenta diversa como si llegara de otro mundo, listo para producir un hecho fuera de lo común. Después de Chilavert, Dudamel, Saja, o Rogerio Ceni - es qué todos son sudamericanos? – uno empieza a acostumbrarse y la revolución no es tanta.
En cualquier época es siempre esta sensación de soledad la que impulsa al arquero a buscar la notoriedad, el abrazo multitudinario. A pesar de que después no pueda casi festejar porque debe volver raudo a cubrir su puesto. Y es que a pesar de estos efímeros flashes, el arquero, a fin de cuentas, será siempre distinto, y mal que le pese, solitario.
No hay jugador mas solitario que el arquero. El es el único diverso, el único que no puede compartir con los demás las mismas situaciones, y lo que es peor, es el que nadie sabe entender. Es él quien a la hora de la verdad se enfrenta a los rivales, y puede ser héroe o villano en un instante. Cuando las cámaras siguen la partida el permanece solo, saltando para no enfriarse, pero como un espectador más. Cuando recibe un gol todos le dan la espalda pensando: “Podría haberlo atajado”.
Cuando su equipo marca un gol todos los compañeros se abrazan y el debe recurrir a festejos individuales. A veces se arrodilla y agradece al cielo, otras se cuelga del travesaño, o sino grita con la tribuna que en realidad solo mira el otro arco. De vez en cuando llegan uno o dos defensores perezosos a saludarlo, pero cuando el gol es importante ninguno queda a su lado.
Es esta ausencia de afecto y compañía lo que ha llevado a muchos porteros, cada vez con mas frecuencia, a dejar de lado su perfil bajo para convertirse en estrellas en el arco rival. Al inicio, los porteros agarraron la pelota con una mano, luego la pararon con el pecho, y mas tarde salieron gambeteando entre los rivales - Amadeo, Gatti, Burgos, etc – con resultados soberbios y también fatídicos. Como caso recuérdese a Higuita en los cuartos de final del Mundial 90 contra Camerún, tratando de gambetear al grande Roger Milla. Aunque a su favor está el Escorpión, cabriola genial que lo absuelve para siempre.
Decíamos, el arquero de hoy ya no se conforma con volverse un ídolo por atajar penales (que a la sazón son los goles de los arqueros, un paradójico no-gol...). Es más, ahora tenemos arqueros que patean penales, y también tiros libres. Arqueros que hacen goles, como lo mas natural del mundo.
Hay que decirlo, para el espectáculo es positivo, es una convulsión, la llegada al área de enfrente – después de atravesar el entero del campo haciendo la antesala aún más llena de expectación - de este personaje olvidado, ataviado con una vestimenta diversa como si llegara de otro mundo, listo para producir un hecho fuera de lo común. Después de Chilavert, Dudamel, Saja, o Rogerio Ceni - es qué todos son sudamericanos? – uno empieza a acostumbrarse y la revolución no es tanta.
En cualquier época es siempre esta sensación de soledad la que impulsa al arquero a buscar la notoriedad, el abrazo multitudinario. A pesar de que después no pueda casi festejar porque debe volver raudo a cubrir su puesto. Y es que a pesar de estos efímeros flashes, el arquero, a fin de cuentas, será siempre distinto, y mal que le pese, solitario.